Daniil Medvedev es un jugador diferente al resto. Pese a ser uno de los mayores talentos de su generación, no es ni mucho menos el que más ruido ha hecho desde sus comienzos, aunque si que encabeza, a día de hoy, el grupo de tenistas preparados para dominar el presente y futuro del tenis durante la próxima década.
La diferenciación es, en un mundo globalizado y super poblado, un factor claramente ventajoso. En el caso de Medvedev, resulta complicado de clasificar en algún grupo homogéneo de tenistas. En primer lugar, llama la atención su estilo de juego, acentuadamente desgarbado y poco ortodoxo, pero altamente efectivo. Rozando los casi dos metros de altura, y con una potencia física descomunal a pesar de su pronunciada delgadez, el tenista ruso gesticula a menudo durante sus partidos, practicando los tics habituales de los tenistas en momentos de frustración. No obstante, lo que más llama la atención de sus reacciones no es lo que hace, sino lo que deja de hacer. Cuando el partido llega a su fin, Daniil camina hacia la red, decidido y con determinación, pero con un rostro gélido, sin ninguna efusividad y apenas rastro de satisfacción. Puede interpretarse que el tenista moscovita profesa un enorme respeto por su rival, aunque también cabe pensar que acepta los triunfos como una parte inherente de su labor, no como un logro individual del que pueda sentirse orgulloso. Impávido, choca la mano de su contrincante y vuelve al banquillo a recoger sus pertenencias sin apenas signos de alteración, con un nivel de revoluciones mínimo.
Tras conquistar el Torneo de Maestros (Nitto ATP Finals), lo que suponía su segundo título de la temporada, y tras una gran remontada ante Thiem ; y más aún, encadenando un rendimiento excepcional durante toda la semana en la que ha ganado todos los partidos que ha disputado, Daniil se dirigió a la red impasible, cómo si del fin de un entrenamiento se tratase, haciendo dudar a los espectadores si realmente ese era el último punto del partido y del torneo.
Será chocante, al menos durante un tiempo considerable, que Medvedev no celebre sus triunfos, que serán presumiblemente muy frecuentes. No obstante, su opción seguirá siendo la de tener la disciplina de un soldado que camina por las calles de Moscú en pleno invierno, con mucho que hacer y poco que celebrar.