Opinión

Gracias por todo, Sir Andy

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Murray celebrando un punto | Foto: Samer Alrejjal-Qatar Tennis

Merecido tributo al deportista que más me ha marcado, tanto en lo profesional como en lo personal. Una persona que representa la historia del tenis británico, Sir Andy Murray.

Repaso a la gran carrera de una leyenda llamada Andy Murray

Finalmente y tras muchos amagos, llegó el día de escribir el artículo que nunca quise hacer, pero que el lógico paso del tiempo me obliga a ello justo ahora: Andy Murray se retira. Todavía le queda un último baile en los inminentes Juegos Olímpicos de París 2024, pero su historia y la de todos a los que nos hizo disfrutar durante estos 20 años de carrera siempre quedará marcada por un torneo en particular: Wimbledon.

El escenario más significativo de su carrera, la pista central del All England Lawn Tennis Club, donde rompió la maldición de 77 años sin que un solo británico se alzase con el título de campeón en el individuales masculino (2013), fue testigo del último partido del ex número uno mundial en este torneo, una derrota en dobles haciendo pareja con su hermano mayor, Jamie, la persona que siempre estuvo a su lado en las buenas y en las no tan buenas. Un digno final para el mejor deportista británico de la era reciente y, sin duda, el mejor tenista de la historia de las Islas (sí, por encima de Fred Perry).

Este artículo supone un merecido tributo a este señor, y más que eso, lo que ha significado su figura en mi vida profesional y personal. Porque no me avergüenza reconocerlo: Jamás nadie me ha hecho ni me hará disfrutar más en toda mi vida que Sir Andrew Barron Murray. Gracias a él, el tenis se convirtió en mi pasión y debido a su marcha, esa pasión, ya lo adelanto, se perderá para siempre.

Los inicios

La primera vez que vi a Murray jugar un partido fue en Wimbledon 2005. Sin duda lo recordarán. Supuso la primera aparición del escocés en un gran escenario. Invitado por la organización a sus 18 años recién cumplidos, Murray logró llevar al quinto set al argentino David Nalbandian, uno de los grandes nombres del circuito en aquel momento. Con Tim Henman ya en su cuesta abajo y vislumbrando una posible retirada que se hizo real un par de temporadas más tarde, el tenis británico había encontrado otro motivo de ilusión. Todavía era muy pronto, pero ya daba la sensación de que estábamos ante un aspirante real al trono de Wimbledon en unos años.

Pero mi historia de amor irracional con Murray, como yo así lo defino, comenzó un año más tarde: en las semifinales de Toronto 2006. Resulta curioso que mi pasión hacia el escocés empezase con una derrota clara (vs Gasquet), pero simplemente sucedió. Por primera vez en este deporte, comenzaba a tener una conexión especial con un tenista y ese era Andy. Apenas cinco días más tarde, llegó su primera victoria ante Federer y ya terminó ese año entre los 20 mejores del mundo y como un potencial top10 en un futuro a corto plazo.

La eclosión

Tras un 2007 e inicios de 2008 marcados por una persistente irregularidad (tampoco su primera operación en la muñeca en mayo de 2007 ayudó), hay una fecha que quedará grabada para siempre en mi memoria: 30 de junio de 2008. En su amada pista central de Wimbledon, Murray remonta por primera vez un marcador de dos sets a cero (en los años venideros eso se convertiría en un clásico) para avanzar a sus primeros cuartos de final en un Grand Slam. La épica de aquel encuentro, el punto con el que terminó el tiebreak del tercer set (está en el Youtube de Wimbledon si quieren echarle un ojo) y la celebración final (sacando músculo) son ya icónicas. Jamás olvidaré aquel día, un momento que supuso un punto de inflexión en la carrera del escocés.

El número uno de los mortales

Durante varios años y por parte, sobre todo, de la prensa inglesa, se acuñó la expresión ‘Big Four‘ para referirnos a Nadal, Federer, Djokovic y el propio Murray. Más allá de la diferencia de títulos grandes que había entre esos tres y Murray, gigantesca, ese término se comenzó a utilizar en 2009, cuando Djokovic solamente llevaba un Grand Slam y, ojo, menos Masters 1.000 que el escocés(en 2010 Murray tenía 6 y Djokovic 5). Después, lógicamente, vino la explosión del serbio, al que Murray solía ganar de pequeño, mientras que el británico continúo ahí detrás, el que más cerca estuvo de los tres mejores de la historia, y gracias a ello seguramente se hizo mejor jugador.

Tardaron, pero finalmente los grandes títulos acabaron llegando: los dos oros olímpicos, uno de ellos batiendo a Djokovic y Federer consecutivamente, el US Open (qué cinco horas de tensión pasé en aquella final) y los dos títulos de Wimbledon, jalonados con la Copa Davis y la Copa de Maestros, este último torneo ganado a Djokovic cuando ambos se jugaban acabar como número uno del mundo en 2016.

El final

A veces resulta sorprendente cómo pueden cambiar las cosas tan rápido. En menos de un año, Murray pasaba de ser el abanderado de su nación en los Juegos Olímpicos (Río de Janeiro), el momento de mayor orgullo para un deportista, a, 365 días después, estar completamente cojo con una de sus caderas destrozada para siempre. Confieso que el infausto día del partido contra Sam Querrey en Wimbledon 2017 (el último partido de Murray como número uno del mundo y a nivel top), viendo a Andy siendo incapaz de impulsar su pierna al servicio durante esos dos últimos sets, sabía que esa no era una lesión más.

Pero tampoco creía que esa fuese a ser la última vez que le vería jugando un partido de verdad, compitiendo de verdad. No hubo un solo día en el que no me levantase con la firme convicción de que el mejor Andy volvería para hacerme disfrutar de nuevo. Lamentablemente, no fue así. Aquel 12 de julio de 2017 supuso uno de los días más amargos de mi vida. Desde entonces, nada sería lo mismo. Él lo intento todo, siguió las indicaciones de todos los médicos y expertos habidos y por haber. Hasta se implantó una prótesis de titanio como sustitución de esa cadera maltrecha… ¡ A la edad de 31 años!

Un milagro médico

Ese milagro médico le permitió aplazar su  retirada unos cinco años (inolvidable su conferencia de prensa en Australia 2019 y el posterior partido ante Bautista), e incluso ganar un título también en ese 2019 (Amberes), pero su retirada competitiva ya se había producido 18 meses atrás. Porque para Andy, y en esto es igual que el Big Three, competir significaba ganar o estar cerca de ello. Nunca más volvió a llegar a una segunda semana en Grand Slam, ni a unos cuartos de final en un Masters 1.000, ni tampoco a una semifinal en Queen’s y demás torneos 500.

Estos últimos siete años han sido duros, pero ni punto de comparación con lo que vendrá después de París. Andy colgará la raqueta definitivamente y una parte de mí también se irá con su marcha. Siempre lo he dicho. Me considero simpatizante de Djokovic, Kvitova, lo soy de Alcaraz o Sinner, lo fui de Isner… Pero lo que me ha hecho sentir Murray… Eso será inigualable.

Lo que daría por volver a verle perder una final en Australia (tiene una vajilla entera con sus cinco bandejas de subcampeón), o una semifinal en Wimbledon, o hasta que Federer le volviese a meter un 6-0 y 6-1 en una Masters Cup (2014). En aquellos momentos y en muchos otros más alegres, obviamente, era feliz y no me daba cuenta. Sir Andy se va y solo me queda darle gracias, desde lo más profundo de mi corazón, por haber cambiado mi vida hace ya 20 años de una manera en la que jamás me habría imaginado. Gracias por todo, Sir Andrew.

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