El culebrón del invierno parece estar a punto de conocer su fin, y todos los caminos apuntan a que Novak Djokovic será deportado de Australia el próximo lunes. Salvo un milagro en su apelación ante los tribunales, será el final de una trama que pasará a los anales de la historia del deporte, y que desnuda las anomalías políticas de un país y las carencias morales de un campeón.
Cuando el tenis trasciende más allá del ámbito deportivo, abre noticiarios generalistas y ocupa portadas en los grandes periódicos del mundo entero; por lo general, es sinónimo de malas noticias para el deporte blanco. A mediados de otoño pasó con Shuai Peng, y, desde hace ya unas semanas, con Novak Djokovic.

La cronología de unos hechos muy mal hechos
Al principio de la pandemia, Djokovic aseguró que tendría que “tomar una decisión” si le obligaban a vacunarse para volver al circuito. No ha sido hasta ahora –casi dos años de coronavirus después– cuando Australia le ha exigido que esté vacunado para entrar al país y disputar todo un Australian Open. Fue en noviembre de 2021 cuando la Commonwealth (el Gobierno Federal de Australia) anunció esta medida, y fue en ese mismo mes de noviembre cuando a Djokovic se le concedió su visa para entrar en Australia. Una visa que, pese a lo que muchos piensan, no guarda ninguna relación con la famosa exención médica, que es donde ha residido el problema real para el serbio.
Con su baja de la ATP Cup de Sídney, se dispararon las alarmas. Novak, que rara vez disputa el Open de Australia sin competir antes, se ausentaba de la Copa ATP sin justificación alguna por su parte. La interpretación era evidente: había lío con su viaje a Australia. Y el lío no hizo más que crecer cuando en las primeras horas de la tarde española del 4 de enero, Djokovic anunciaba en su cuenta de Instagram que emprendía el viaje a Oceanía con un “permiso de exención”.
Novak dio en su comunicado más información de la cuenta. De hecho, es probablemente ese exceso de sinceridad el que le acabe costando su participación en Melbourne. La hostil reacción de la gente a la noticia desataría movimientos políticos e interesados por parte de las autoridades australianas. Y no, no revocaron ninguna exención médica. Djokovic tenía –y sigue teniendo– una exención para disputar el Open de Australia, pero no la ha tenido en ningún momento para entrar en el país. Y fue ahí, en su llegada a Melbourne, donde el Gobierno Federal tomó cartas en el asunto. ¿Pero qué cartas hubiera tomado si la reacción de la gente hubiera sido positiva? Unas muy diferentes, sin duda. Puro “politiqueo”, nada nuevo.
Serbia, encendida
Como era previsible, las reacciones no se hicieron esperar. El presidente serbio estuvo al teléfono con Djokovic cuando le devolvieron su móvil luego de estar custodiado por dos policías durante más de cinco horas en el aeropuerto de Tullamarine. “Serbia luchará por nuestro Novak, por la justicia y por la verdad“, anunciaba el mandatario balcánico en su cuenta de Instagram.
Por otro lado, Srdjan Djokovic, padre de Novak, había comunicado que si su hijo no era liberado “en media hora” (cuando estaba aislado en el aeropuerto) saldrían a las calles. Lo acabaron haciendo; y él, su esposa Dijana (entre lágrimas) y su hijo Djordje organizaron una rueda de prensa frente al Parlamento de Serbia en la que Srdjan fue tan contundente como acostumbra: “Djokovic es el Espartaco del nuevo mundo libre, y no tolerará la injusticia, el colonialismo y la hipocresía. Está preso, pero nunca ha estado más libre. Es el símbolo del mundo libre, el líder del mundo de las naciones y las personas pobres y necesitadas. Jesús fue crucificado en la cruz, le hicieron de todo, pero vive entre nosotros. Ahora lo crucifican a Novak para ponerlo de rodillas. Pero resistirá”.
El hermano Djordje, por otra parte, dijo que no iban a deportar a Djokovic hasta el lunes (dando por perdida la apelación, alegando que retrasar el veredicto es una excusa para mantenerlo “preso” más tiempo), y que les habían dicho que iba a estar tres años vetado en Australia. Este veto estaría perfectamente contemplado en el marco legal australiano y puede ocurrir por las declaraciones del padre en las que cuestiona la democracia Aussie.
El cuarto del aeropuerto y el hotel de la discordia
Djokovic pasó casi seis horas aislado e incomunicado en una habitación del aeropuerto de Tullamarine, custodiado por dos policías “de uniforme”. Más tarde, sería trasladado a un hotel en el que fuentes locales afirman que hay refugiados que llevan “nueve años sin salir”. Se trata de un edificio a cargo del Gobierno, que custodia a inmigrantes ilegales y refugiados.
El periodista Sasa Ozmo, íntimo de Djokovic y uno de los que mejor ha informado del caso por redes, ha comentado que Novak ha encontrado bichos en su habitación. Según su madre, intenta dormir pero no puede hacerlo, y, según su hermano Djordje, se encuentra “cansado y estresado”. A Djokovic, que no le han devuelto su cartera ni su equipaje (están bajo custodia en el aeropuerto), se le denegó la petición de irse al apartamento en el que se encuentra su equipo.
Fin justo, pero medios muy cuestionables
Nadie está por encima de la ley. Las normas son las normas, y están para cumplirlas. Djokovic es completamente libre de no vacunarse, pero su obligación es aceptar que no puede entrar en un país que te exija que lo estés. El Gobierno de Victoria y Tennis Australia concedieron una exención médica a Djokovic, y solo faltaba que la Commonwealth concediera la suya para permitirle la entrada. Si no lo han hecho, porque su intención era hacerlo (Djokovic no hubiera viajado si no lo fuera), es porque la decisión de dejar entrar al número 1 del mundo sin la suficiente justificación podía tener un coste político de grandes dimensiones. La reacción de la gente y la prensa local, determinante. Melbourne ha sido la ciudad del mundo que más días ha estado en cuarentena; los casos repuntan y los vecinos no están para que les cuenten cuentos de números 1 del mundo. Djokovic no puede entrar en Australia sin estar vacunado.
También parece ser que los papeles que Djokovic adjuntó estaban avalados por un único doctor, y que ninguno de los dos paneles médicos independientes que habrían concedido esa exención revisaron el origen de la documentación que Nole aportaba en su petición del permiso. Más allá de todo esto, el trato que se le ha dado a Djokovic, que simplemente ha intentando acogerse –aunque de forma chabacana– a un resquicio de la ley que no estaba lo suficientemente clarificado, es, a ojos del mundo, excesivamente duro, aunque, quizá, es el mismo trato que se le hubiera dado a cualquier otro ciudadano en su situación.
El problema estaba en mirar para otro lado con el tema de la exención. Es lo que las autoridades australianas pretendían hacer; pero se han caído con todo el equipo cuando el pueblo se ha levantado contra ellos. Han reaccionado tarde. Tardísimo. Su gestión de la situación ha sido nefasta, pero, al menos, han frenado el triunfo del movimiento antivacunas. Un movimiento del que Djokovic, al menos para consigo mismo, es parte. Y le tocará replantearse su postura si quiere seguir compitiendo por el mundo. Por lo pronto, no habrá Wimbledon ni US Open para él si no se vacuna. Al fin y al cabo, él y sólo él se ha prohibido la entrada a Australia. Si se hubiera vacunado, no habría “NovakGate” alguno.
A la india Dahiya no se le concedió exención por ser menor de 18 años donde no vacunan a los menores de edad. A la rusa Vikhlyantseva no se le concedió exención por estar vacunada con la Sputnik, que no está regulada en Australia. Permitirle la entrada a Djokovic, por ser quien es, hubiera sido un escándalo que habría condenado a Australia a ser contemplada como una república bananera por buena parte de la población mundial.
Esta es la crónica de un episodio ignominioso y lamentable que caricaturiza a Australia, ridiculiza a Novak Djokovic; y, sobre todo, empequeñece al tenis.