Roger Federer regresó a la competición en 2017 en el Open de Australia, después de sufrir en Wimbledon, el año anterior, la lesión más dura de su carrera. Federer visitó los infiernos del deporte, y supo regresar al cielo como nadie había hecho jamás. Repasamos el histórico título del Maestro Roger en Melbourne en 2017.
El grandioso título de Federer en el Open de Australia 2017
Wimbledon 2016 y una carrera que parece apagarse
8 de julio de 2016. Semifinales de Wimbledon. Milos Raonic y Roger Federer, dos de los mejores jugadores de hierba del momento, se miden en el quinto set por un puesto en la final en el All England Lawn Tennis Club. Pero la vida de Roger Federer está a punto de cambiar para siempre.
Una caída en el cuarto juego del último parcial, que a priori no parece tan aparatosa, le va a hacer recaer en una lesión de rodilla que ya le apartó de las canchas durante un mes tras el Open de Australia 2016. Pero esta será peor. Roger no volverá a jugar en toda la temporada 2016, perdiéndose los Juegos Olímpicos, y un US Open en el que con un Djokovic venido a menos parecía haberse abierto un halo de esperanza para el 18º título de Grand Slam.
La llegada a Australia en 2017
La llegada de Federer a Australia en 2017 venía acompañada de una continua puesta en duda del nivel de Federer. Los más entendidos del tenis daban a entender que la vuelta del suizo a la élite del tenis era utópica; que eso no sería posible nunca más, y que casi diéramos gracias por tener la oportunidad de verlo competir en un Grand Slam por, quién sabía, si última vez en su carrera.
Pero lo cierto es que la ya extinta Hopman Cup, en la que Federer hizo su primera aparición después de la lesión, despertó el optimismo entre los seguidores del helvético. Acompañando a Belinda Bencic, no consiguió hacer a Suiza avanzar a la final; pero disputó tres partidos en la Round Robin, ante Daniel Evans, Alexander Zverev y Richard Gasquet, y su imagen fue verdaderamente buena.
El suizo cosechó dos triunfos en sets corridos ante Evans y Gasquet, y jugó tres tiebreaks contra Zverev, aunque acabó perdiendo. Roger parecía estar de vuelta, y, quizá, a tono para disputar un Open de Australia decente.
El momento de la verdad
Llegaba el momento de verdad. Federer volvía a competir oficialmente, y lo hacía donde había sido antes cuatro veces campeón, en el Open de Australia. La expectación era máxima, y tras verle a un gran nivel en la Hopman Cup, la gente empezaba a creer que Roger estaba de vuelta. Su debut ante Jürgen Melzer, y la segunda ronda ante Noah Rubin (aunque dejándose un set), lo confirmarían. A partir de ahí, su condición de número 17 le haría pasar por un completo calvario de cuadro.
Su rival en tercera ronda iba a ser Tomas Berdych, en uno de los Grand Slams que mejor le iban al checo; número 10 entonces. Un 6-2, 6-4 y 6-4 metían a Federer en los octavos sin dar opción a un arrollado Berdych. En los octavos, tocaría Kei Nishikori, número 5 del mundo y semifinalista en el US Open cuatro meses atrás. Sería el primero en dar problemas a Federer, pero el suizo avanzaría a cuartos en cinco trabajadísimos sets (6-7(4), 6-4, 6-1, 4-6, 6-3).
Los cuartos darían una tregua a Federer en el Grand Slam de los rivales de ranking redondo (jugó contra el número 300, el 200, el 10, y el 50). Mischa Zverev, verdugo de Andy Murray en los octavos de final (sí, Federer se hubiera enfrentado a Murray en los cuartos de no impedirlo Mischa); iba a ser el rival de Roger en los cuartos. El de Basilea neutralizaría a la perfección su juego de saque y red, derrotando al alemán por 6-1, 7-5 y 6-2. Hasta ahí llegaron las treguas.
Unas semifinales de infarto ante Wawrinka
El duelo de suizos más bonito de la historia del tenis se iba a volver a dar en las semifinales de Australia en 2017. Roger y Stan Wawrinka ya habían tenido preciosos enfrentamientos antes; concretamente, 24. 18 habían caído del lado del GOAT, y solo 6 del lado de Wawrinka; pero en Grand Slam la ventaja era de 5-1; y 1-1 en sus dos últimos enfrentamientos, en 2015.
En el contexto, totalmente nuevo, en el que se medían; con Federer como número 17 del mundo y Wawrinka como número 4 y último campeón de Grand Slam; se auguraba un partido de muy alto voltaje. Y así iba a ser. Federer empezaría imponiendo su juego, con unos brillantes dos primeros sets (7-5, 6-3), pero Stan no había dicho su última palabra. El de Lausana ganaría los dos siguientes por 6-1 y 6-4 para que todo se decidiera en el quinto. En él, un 6-3 con un nivel altísimo de tenis, clasificaba a Roger Federer para su sexta final en Australia.
Final ‘Fedal’
Y para completar un regreso histórico, había que jugar con la historia. Y, con todo en cuenta, su rival en la final no podía ser otro que Rafa Nadal, el máximo oponente de su carrera, que también se encontraba firmando un regreso brutal, después de no haber jugado durante casi cuatro meses. Y jugaron una final verdaderamente celestial. Federer impuso su juego en el primer set, para llevárselo por 6-4. Nadal golpearía después con un 6-3 para equilibrar. Un cómodo 6-1 ponía después a Federer a un paso del título, pero el mejor Nadal del torneo se llevaría el cuarto por 6-3.
Llegaban al quinto set, única manera en la que podía decidirse una final de semejante calibre, y todo apuntaba al triunfo español. Nadal rompía el servicio de Federer de inicio y se colocaba con ventaja de 3-1. Pero el Roger de los regresos también iba a aparecer en el partido de su 18º Grand Slam. El suizo encadenaría los siguientes 5 juegos del partido, y cerraría el quinto set por 6-3, para ganar por quinta vez en Australia, decimoctava en Grand Slam, y consolidarse como el GOAT, con un regreso pocas veces visto antes en el tenis.
Lo que vino después del Australian Open 2017
Tras el Open de Australia, Federer sería el campeón en Wimbledon, Indian Wells, Miami, o Shanghái; terminando el año 2017 como número 2 del mundo. Su estado de gracia continuaría en 2018, cuando, tras su segundo Australia consecutivo, se convertiría en número 1 del mundo por primera vez desde 2012.
Su camino a la gloria después de bajar a los infiernos se puede explicar de muchas maneras. La más sencilla: que las estrellas no se apagan con tanta facilidad.