En un artículo publicado en la web oficial de la ATP, el argentino revela su lado más personal y todas las vicisitudes que tuvo que afrontar en el pasado para convertirse en tenista profesional, destacando que su baja altura, 1,70 metros, no ha sido, ni mucho menos, su obstáculo más complicado de superar.
Diego Schwartzman es, sin duda, el nombre propio del Masters 1000 de Roma 2020. El tenista argentino disputará su primera final en un evento de esta categoría ante el número uno del mundo, el serbio Novak Djokovic, tras dejar en el camino al español Rafa Nadal y al canadiense Denis Shapovalov en dos encuentros sensacionales.
Schwartzman es uno de los jugadores más apreciados del circuito. Durante toda su carrera, el bonaerense ha tenido que lidiar con la desventaja de ser uno de los más pequeños del circuito, en lo que a estatura se refiere (1,70 metros). Sin embargo, y tal y como reconoce en un artículo para la web oficial de la ATP enmarcado en una nueva sección titulada ‘My Point Series‘, el actual número 15 del mundo sostiene que la altura ha sido el menor de los obstáculos que ha tenido que afrontar en su objetivo de llegar a ser tenista de élite. Entre ellos se encuentran los graves problemas financieros de su familia durante su infancia y una anécdota de su bisabuelo durante la Segunda Guerra Mundial que lo cambiaría todo, incluso la propia existencia del Peque.
La altura no te frena
«Todo el mundo me pregunta sobre ello. ¿Cómo afecta a un tenista profesional medir 1,70 metros? ¿ Qué es lo que podría haber hecho si fuese más alto? Mi respuesta siempre es la misma: Tengo más problemas en mi vida que ser 10 centímetros más bajo que los demás«.
«Cada vez que salgo a una pista de tenis, no me fijo en cuánto más alto o más grande es mi oponente. Sé que es una diferencia pero, ¿qué más da? Quizá si fuese diez o quince centímetros más alto, probablemente tendría un servicio y unos golpes de fondo más potentes. Pero la altura no va a cambiar, no me voy a despertar el día de mañana convertido en Isner o Karlovic. Existen varias razones por las cuáles casi no llego a ser tenista profesional, pero la altura no es una de ellas«.
Problemas financieros durante su infancia
«Antes de que yo naciera, mi familia tenía una vida bastante acomodada en Sudamérica. Eran dueños de una tienda de ropa y joyas con la que ganaban mucho dinero. Tenían una casa en Uruguay a donde iban en diciembre y enero para disfrutar del verano. Tenían una en la capital del país y otra a las afueras. También disponían de varios coches, su vida era increíble».
«Desafortunadamente, las cosas cambiaron cuando yo nací. Mi familia lo perdió todo. A finales de los 90, en Argentina el gobierno decidió eliminar las importaciones. Mi padre siguió gastando dinero para traer cosas desde fuera del país, pero no hubo ninguna posibilidad y la situación fue a peor. Fue terrible. Mi madre intentó traer algunos materiales desde China a Argentina, pero tampoco hubo manera».
«Ya no había más negocios, ni pisos ni coches extras. No quedaba otra que comenzar a ganarnos la vida de otra manera. No había mucho dinero, así que fue realmente difícil comenzar a jugar al tenis o a cualquier otro deporte. Aún así, traté de jugar todo lo que pude«.
El tenis antes que el fútbol
«Mis padres me pusieron Diego por Maradona. Por lo tanto, una de mis pasiones también comenzó a ser el fútbol. Cuando era pequeño, mi abuela me compró varias camisetas de equipos europeos como el Madrid o el Barcelona. En el primer equipo en el que jugué, marqué un montón de goles. También seguía jugando al tenis y lo hacía con las camisetas que me había comprado mi abuela. Si las pistas estaban llenas, trataba de jugar con mi padre en el vestíbulo. Desde muy pequeño, me acostumbré a jugar con raquetas normales, no me gustaban las de los niños pequeños«.
«Conforme fue pasando el tiempo, me di cuenta de que, en el tenis, la mayoría de las cosas dependían de mí mismo y no de la gente que me rodeara. Todo se reducía al esfuerzo que ponía en ello. Me resultaba atractivo el hecho de verme recompensado por ese trabajo. Además, el tenis se me daba mejor, así que al final decidí tomármelo más en serio».
Vender pulseras para costearse los viajes
«Comencé a viajar a varios torneos acompañado de mi madre. Mi padre siempre me prometía que reservaría un hotel con televisión, ordenador, Internet y todo cuanto necesitásemos. ¿Por qué mientes? Esa era la pregunta que le hacía todo el tiempo. Nunca había televisión y en la mayoría de hoteles en los que pernoctábamos, nos veíamos obligados a compartir la habitación. Una vez pasamos la noche en una por sólo dos pesos. Era la misma situación una y otra vez, pero no podíamos permitirnos otra cosa, era todo lo que teníamos».
«Por aquel entonces, comenzamos a vender algunas pulseras que habían sobrado del negocio de mis padres. Intentábamos cualquier cosa con tal de conseguir el dinero suficiente para pagar los viajes a los torneos. Mirando hacia atrás, fue un momento difícil, pero también divertido. Yo intentaba ayudar a mi madre a vender las pulseras, así como otros de mis compañeros. Entre los partidos, solíamos ir con una bolsa llena de ellas par ver quién era capaz de vender más. Como recompensa para el que lo consiguiera, mi madre le daba el 20% del dinero. Era como dos competiciones en una, tenis y vender pulseras».
Dudas al inicio de la travesía
«En cierto modo, comenzaba a entender por qué hacíamos todo eso, pero no lo sentía. Mis padres lo único que querían era trabajar duro para que yo me concentrase exclusivamente en jugar y viajar mientras ellos conseguían el dinero. A los 13 años, comencé a viajar sólo por toda Sudamérica (Colombia, Ecuador, Venezuela). Solía llorar cada vez me subía al avión, quería estar con mi familia. Pero jugar todos esos torneos también era parte del viaje. Sé que esos momentos fueron difíciles, pero son los que me han hecho un mejor competidor«.
«También, a esa edad, fue cuando me dijeron que no lograría crecer más de 1,70. Sé que antes he dicho que la altura era lo de menos, pero en ese momento, me sentí totalmente hundido. No sabía muy bien que sería de mi vida cuando el doctor me dijo eso, no sabía si seguiría jugando al tenis. Sin embargo, mis padres nunca me dejaron que me viniera abajo. Me dijeron que la altura no tenía por qué echar por tierra mi sueño. Afortunadamente, a partir de los 15 o 16 años, comencé a tener mucha gente a mi alrededor, ayudándome con el dinero, los entrenos, el físico, con todo. En ese momento, todo fue más fácil para mi familia y para mí».
Confianza ante las adversidades
«Nunca me consideré un júnior. El único Grand Slam de esa categoría que jugué fue el US Open, en 2010, y perdí en primera ronda. Le mandé un mensaje a mi familia aquel día para comunicarles que no sabía qué hacía allí. Pero ahora no trato de pensar mucho en esos momentos. Una vez que me convertí en profesional, nunca dudé de mí mismo, pese a las adversidades».
«Siempre he tenido confianza en mi juego, siempre supe que podía llegar hasta aquí. Y, efectivamente, aquí estoy, jugando cada semana frente a los mejores del mundo. Saber lo duro que lo pasó mi familia me ha enseñado la importancia de tener una y me ha permitido ver las cosas desde un panorama más amplio. Todo lo que ha sucedido durante mi carrera no es nada en comparación con lo que mis padres afrontaron«.
Un golpe de suerte que lo cambia todo
«Pero incluso todo eso tampoco tiene comparación con lo que pasaron mis antepasados. Yo tengo raíces judías y mi bisabuelo por parte de madre, que vivió en Polonia, fue llevado en tren a un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En un momento dado, el enganche que conectaba los vagones del tren se rompió. Una parte del tren siguió adelante, mientras que la otra, en la que estaba mi bisabuelo, se quedó atrás, permitiendo a la gente escapar y correr hacia una nueva vida. Por fortuna, a mi padre nunca lo pillaron. Simplemente recordar ese hecho me hace darme cuenta de cómo la vida puede cambiar radicalmente en un suspiro«.
«Mi bisabuelo trajo al resto de su familia a Argentina en barco. Cuando llegaron hablaban judío, no castellano. La familia de mi padre era de Rusia, y también vinieron por barco a Argentina. No resultó fácil para todos ellos cambiar totalmente sus vidas, pero lo lograron«.
Usar los obstáculos como motivación
«Puedo considerarme afortunado. Pasar de tener a uno de mis antepasados yendo hacia un campo de concentración nazi a vender pulseras y pasar la noche en hoteles minúsculos, es para pensarlo así. Cada persona tiene su historia, no soy el único que se ha enfrentado a la adversidad en su vida. Se trata de no dejarte arrastar por esos momentos, sino de usarlos como motivación para cambiar una mala experiencia en algo bueno».
«Nunca me imaginé una carrera como la que tengo ahora. Pero no importa todo con lo que he tenido que lidiar. Siempre trabajé duro y creo que pasar por todos y cada uno de esos obstáculos, me ha convertido en un mejor competidor y también en una mejor persona. Si yo he podido llegar hasta aquí, tú también puedes. Cree en ti mismo siempre, sin importar lo que te encuentres en la vida, da todo lo que tengas y, quizá, algún día, incluso aunque midas 1,70, puedas también cumplir tus sueños».