Otra edición más del torneo que lo inició todo. El capítulo que Wimbledon escribió en el 2018 quedará en la memoria por varios aspectos. Varios partidos históricos, regresos importantes, sorpresas, emociones y demás, protagonizaron al certamen tradicional del tenis, del cual se pueden sacar varias conclusiones.
Wimbledon le pertenece al Olimpo
Esta vez le ha tocado a Kevin Anderson la mala ‘fortuna’ de no pertenecer al Big Four. Desde que Roger Federer inaugurara la nueva era en el All England Club en el 2003, ningún jugador que no se llame como el suizo, Rafael Nadal, Novak Djokovic o Andy Murray ha logrado salir victorioso del certamen. Quizás otros torneos han permitido campeones inéditos, como el US Open con Juan Martín Del Potro o Marin Cilic; Roland Garros ha hecho lo propio con Stan Wawrinka. Sin embargo, Wimbledon se sigue reservando el derecho de entregarle el trofeo a algún soñador. El único lujo que se da es el de dejar soñar al finalista, tal y como hiciera con el gigante croata la temporada pasada, y ahora fuera el turno de uno sudafricano.
Exceso de tradiciones
El color blanco, el césped, los trajes y las corbatas, todos símbolos de las tradiciones que aún alberga Wimbledon. Aquellos componentes que aumentan el romanticismo del certamen con el público, que viven el torneo de una manera diferente, como si se tratara de las dos semanas más importantes del calendario. Y quizás lo sean, por ello es que sigue rayando en lo ridículo ciertas medidas que le corresponden tanto al propio Grand Slam como a la ATP.
Sí bien siempre es grato reescribir la historia, ha quedado de manifiesto que los interminables quintos sets deben reducirse a un tie-break, es una cuestión de humanidad y empatía con el jugador, quien sigue pidiendo a gritos que alguien los escuche. Además, la decisión de ignorar el deseo del público por disfrutar otro deporte que se celebra de manera simultánea a varios kilómetros de distancia, termina por perjudicar la asistencia y lo atractivo que pudiera ser. Es tiempo de repensar que el tiempo cambia y con él, la vida misma también.
Imposible huir de las sorpresas
Pareciera que la pronta eliminación de algunos de los mejores tenistas aparece en los términos y condiciones de un Grand Slam. Por más que la preparación de un Grand Slam sea correcta, resulta imposible escaparse de una despedida tempranera. Algunos enfrentamientos atractivos en las primeras rondas fueron las causas de que ciertas partes del cuadro se abrieran para jugadores que llegaban con expectativas limitadas. Esto también pudiera servir, ya sea a favor o en contra, a la idea de recortar los sembrados a 16 en lugar de 32; los batacazos ocurren aún sin esta medida, sin ella, seguramente sería más probable que en los cuartos de final no hubiera jugadores dentro de los primeros 10 del ranking.
Roger Federer es humano
Sí, Su Majestad también puede perder, incluso cuando todo parece estar a su favor. El suizo ha acostumbrado a propios y extraños a mostrar una versión casi invencible en la mayoría de los sitios en los que compite. Su derrota ante Kevin Anderson no fue otra cosa que una demostración de su humanidad; que tiene días malos y de que algunas veces, las cosas no le resultan. Federer terminó la primer semana como el mejor jugador del certamen, y aún así se despidió a pesar de haber ganado los dos primeros sets de los cuartos de final. Afortunadamente, lo que sigue intacto es su deseo por competir, para beneplácito del deporte mismo. Si algo ha dejado en claro el suizo es que se retirará cuando él lo decida, nadie más.
Nadal puede jugar sobre hierba
Una década después de haber logrado la victoria más importante de su carrera, en el mejor partido de la historia del tenis, Rafael Nadal ha vuelto a demostrar que sabe competir sobre césped. Los tragos amargos del último par de temporadas, con derrotas tempraneras e inesperadas, quizás hayan hecho olvidar que el español ostenta dos campeonatos en Wimbledon. Además, el de Manacor puede presumir de haber jugado cinco finales consecutivas en el All England Club, algo al alcance de muy pocos (de otros tres, para ser exactos: Bjorn Borg, John McEnroe y Roger Federer). En la edición del 2018, a pesar de volver a caer de manera dramática, Rafa sigue demostrando que no tiene nada qué demostrarle al mundo. Que sigue siendo uno de los máximos competidores en la historia del deporte, y que a pesar de ser derrotado, siempre puede ganar.
La deuda llamada Dimitrov
Comprometerse en un principio termina por crear expectativas que después son difíciles de alcanzar. Cuando Grigor Dimitrov alzaba el título de campeón en la categoría de juniors, jugando con un estilo similar al de una leyenda, se esperaban grandes cosas de él. No es que se haya quedado corto del todo, con varias semanas dentro del top 10 y el título de Maestros de Londres como su galardón más importante, sin embargo, sigue quedando a deber en los escenarios que terminan por consolidar a los históricos del deporte. En el papel, el búlgaro fue derrotado por un tres veces campeón de Grand Slam, quien además se había ausentado durante un gran tiempo del circuito y que no pasaba por su mejor momento. La semifinal que logró en el 2014 parece bastante lejana. Con cada edición de Wimbledon que pasa desde entonces, se sigue consolidando como una promesa de la década anterior.
El mismo Alexander Zverev
Cuando Sascha pudo vencer por fin a un top 50 en un major para después alcanzar sus primeros cuartos de final de Grand Slam, se pensaba que ya había superado esa barrera mental que le impedía terminar de trascender. No ha sido el caso, por lo menos, no por lo pronto. El talento y sus números fuera de los torneos de Grand Slam demuestran a un jugador consolidado en la élite, sin embargo, su desempeño en los cuatro grandes, su frágil mentalidad y la manera de encarar esas derrotas, siguen exhibiendo la juventud y la experiencia de Zverev. Una vez más, se ha quedado en la primera semana de un torneo importante. Su virtud es el tiempo, pues tiene de sobra para intentar cambiar lo que parece un destino inminente en cada certamen de este calibre.
La consistencia no es para todos
Nadie llega por casualidad a ser de los mejores 30 jugadores del circuito. Sin embargo, algunos demuestran que llegan para quedarse, mientras que otros parecen estar solo de paso. De los 32 sembrados, 14 de ellos dijeron adiós dentro de los primeros dos partidos. Preocupan casos como el de Lucas Pouille, quien llegó a instalarse como uno de los 10 mejores del mundo pero que ahora se encuentra cerca de salir del top 20; el francés cayó en segunda ronda. Filip Krajinovic (28), otro caso representativo, quien se despidió en su estreno. Ser de los primeros clasificados supondría una ventaja, no así cuando no se cuenta con la principal arma de la élite: la consistencia.
La superficie como principal evidencia
Otro de los problemas que se pueden visualizar aún en jugadores ubicados dentro de los 50 mejores del mundo es la evidente falta de dominio de superficies. En Roland Garros, los norteamericanos pagaron el precio de pasar tanto tiempo dentro de canchas duras y (o) de hierba, al igual que los británicos. Wimbledon fue el caso contrario para los españoles; ocho de ellos compitieron y siete se despidieron en las dos primeras rondas. Solamente uno de ellos pudo avanzar a la segunda semana para llegar hasta semifinales (Rafael Nadal). Si bien Feliciano López ha demostrado ser un buen jugador sobre césped, el resto sigue quedando a deber, especialmente Pablo Carreño Busta. Es difícil concebir la idea de que un jugador que llegó a ser el número 10 del ranking, siga sin conocer la victoria en hierba.
Las leyendas nunca mueren
No hay más que agregar. Más de alguna vez retiraron a Roger Federer y Rafael Nadal, y ambos volvieron para dominar. Novak Djokovic también forma parte de la historia. Por si quedara alguna duda, el serbio ha vuelto para quedarse, mientras su cuerpo se lo permita. Después de haber padecido durante varios meses, el ex número uno del mundo se ha encontrado con la mejor recompensa posible: el título. Nole está de regreso.